Viajamos hasta Buenos Aires para rastrear la herencia del propietario de la mítica Llibreria Catalònia de Barcelona en suelo argentino, donde impulsó la editorial Sudamericana y alcanzó gran relieve social
El exilio de López Llausàs
JULIÀ GUILLAMON
Culturas
La Vanguardia
Entre el montón de papeles que traje de Buenos Aires me llama la atención el pliegue de galeradas de un artículo de Antoni López Llausàs, La fundació de la Llibreria Catalònia, que se publicó en el volumen Els cinquanta anys de la Llibreria Catalònia (Selecta, 1974). López Llausàs apenas corrige nada: intercala el adjetivo Nacional en el título equivocado del libro de Antoni Rovira i Virgili, Història de Catalunya, y retoca la palabra Metron. La primera Llibreria Catalònia no estaba, como ahora, en la ronda de Sant Pere sino en la plaza Catalunya, en el solar donde se levanta el edificio del Banco de España. Ocupó el local de un negocio de material eléctrico, Metron, propiedad de Joan Pich i Pon. Al final, borra con una raya exili y exiliantme y escribe al lado allunyament y allunyant-me.”El que ha passat a Catalònia després del meu allunyament, hauria pogut explicar-ho en Josep M. Cruzet, si no hagués desaparegut (…). Jo no puc fer-ho perquè un bon dia, veient com moria assassinat a la Rabassada en Josep M. Planes, eren amenaçats en Sagarra i molts altres, que no podien ésser acusats de feixistes, i el perill de perdre la vida era evident, vaig deixar amb gran pena tot un passat que comptava molt, allunyant-me voluntàriament”.
Una parte de ese pasado se encuentra en Argentina. La nieta de López Llausàs, Glòria López-Llovet, me invita a la quinta que el editor de la Catalònia compró en los años cuarenta en la localidad de Bella Vista, en la provincia de Buenos Aires. La casa, en medio de un inmenso jardín, fue diseñada por Antoni Bonet Castellana, colaborador de Le Corbusier, exiliado en Argentina desde 1938 y autor de obras relevantes como la urbanización Punta Ballena en Uruguay o el canódromo Meridiana en Barcelona. En el interior, un dibujo de Ramon Casas representa a una mujer con el gorro frigio, dos acuarelas de Grau Sala de 1937, tres grabados al boj de Enric C. Ricart. Sobre la chimenea una cenefa con azulejos de cerámica catalana de la serie de oficios y del bestiario fantástico. Comemos un asado en el porche, en el mismo lugar en que después, en foto, veo al director literario de la editorial, Francisco Porrúa, con uno de sus mayores descubrimientos: Gabriel García Márquez, que en 1967 publicó Cien años de soledad en Sudamericana.
En 1939 López Llausàs residía en París, con su esposa y su hijo Jordi, y trabajaba en la librería Hachette. Un empresario catalán, Rafael Vehils, próximo a Francesc Cambó, le propuso dirigir la editorial Sudamericana. Creada por un grupo de intelectuales y empresarios entre los que figuraban Victoria Ocampo, Oliverio Girondo, Carlos Mayer, Tito Arata o Alfredo González Garaño, empezaba a hacer aguas. López Llausàs se hizo cargo de la administración como empleado a sueldo. Rápidamente empezó a codearse con la mejor sociedad argentina. Se instaló en un apartamento en La Recoleta, junto al bar La Biela, y reunió buena parte de las acciones de la editorial. Hacia 1945, adquirió la quinta de recreo y contrató a Bonet para que construyera una bonita casa. Su amigo Josep Pla le visitaba a menudo y no ocultaba su admiración por el instinto comercial y el progreso económico de su primer editor (Coses vistes, Llanterna màgica y Relacions se publicaron en la editorial Diana de López Llausàs entre 1924 y 1927). “Lo que hizo en Barcelona Antoni López Llausàs, en el negocio de la impresión y de la librería”, escribía Pla en Destino en 1978, “lo realizó también en Buenos Aires, en los largos años de su exilio. (…) En los almuerzos de su casa, conocí a muchos intelectuales americanos y a bastantes personajes de Madrid que hoy son grandes hombres”.
Pablo, el hijo de Glòria y Jaime Rodriguéz, que estudia Ciencias Políticas, baja del altillo las cajas con el archivo de López Llausàs. Una parte de la historia de la Catalunya contemporánea se encuentra aquí. Veo a López Llausàs, muy joven y ya alopécico, en su despacho en la agencia de noticias Havas (el antecedente de la agencia Efe). La imprenta de la calle Diputació, 95, el salón de la primera librería Catalònia decorado por el pintor Labarta. En la playa de Sitges, junto a Santiago Rusiñol. Con la colla del Ateneu (Vicente Solé de Sojo, Joaquim Montaner, Joaquim Borralleras, Josep Pla, Salvador Tayà y Josep Barbey). Con un grupo de amigos en Santa Cristina d´Aro (Francesc Camps Margarit, Domènec Carles, Alexandre Plana, Xavier Güell y el doctor Dalí, padre del pintor). Mi foto preferida es la de un cabaret que parece La Criolla. Se distingue claramente a Josep M. de Sagarra, con una expresión de inocente perversidad, y el semblante avispado de López Llausàs, que bailan con dos xanguets.Por lo que me cuenta Glòria, su abuelo debió de ser un tipo singular, minucioso y trabajador, escéptico y amante de la buena vida. Una de las fichas que se conservan en el archivo lleva sujeta con un imperdible una medalla: una cruz blanca montada en un círculo de oro, con un lazo a franjas rojas y blancas. Acompañada de un comentario: “Condecoración que me dio allá por el año 1935 el Gobierno Italiano nombrándome ´Cavalier de la Orden de la Corona d´Italia´. Ni sé por qué me la dieron ni hice nada para merecerla”.
Este carácter pragmático de López Llausàs (Glòria López-Llovet tituló un librito sobre su abuelo Sudamericana. Antonio López Llausàs, un editor con los pies en el suelo) explica en gran parte su éxito. La amistad con Victoria Ocampo le llevó a editar Orlando de Virginia Woolf y Palmeras salvajes de William Faulkner en traducción de Jorge Luis Borges. López Llausàs contrató a Somerset Maugham y John Steinbeck, a Salvador de Madariaga y Ramón Gómez de la Serna, a Eduardo Mallea y Manuel Mujica Laínez. Pero al mismo tiempo publicó también Cómo ganar amigos de Dale Carnegie (actualmente en el catálogo de Random House Mondadori, que en 1998 absorbió Sudamericana, lleva más de cien ediciones). Como no era del nivel de los otros autores, puso el dinero y lo editó en Cosmos, un sello inventado.
En 1965, cuando estaba a punto de jubilarse, su hijo Jordi murió. Con 77 años volvió a ponerse al frente de la editorial. Glòria tenía 16 años, dejó sus estudios y empezó a trabajar junto al veterano editor. En Bella Vista y en su casa de Buenos Aires, conserva parte de la biblioteca del abuelo, correspondencia con Ramón Gómez de la Serna y Victoria Ocampo, libros y volúmenes encuadernados de La Campana de Gràcia, L´Esquella de la Torratxa, D´Ací i d´Allà. Alejado de los ambientes del Casal de Catalunya y del grupo de la revista España Republicana, cómodamente instalado en La Recoleta, relacionado con la mejor sociedad argentina y propietario de una próspera editorial (a la que a partir de 1946 se sumaron otras dos: Edhasa en Barcelona y Hermes en México), López Llausàs no se veía a sí mismo como un exiliado. Y a pesar de ello la historia de Editorial Sudamericana es la del exilio que llevó a Gonzalo Losada, Joan Merli, Joan Grijalbo o Joaquín Díez-Canedo a llenar con sus publicaciones el vacío provocado por el colapso de la industria editorial española tras la Guerra Civil.
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