El quechua es, como el catalán, el elemento interclasista que reúne al pueblo

*Joan Martí i Castell
6 ABR 2012

El Perú vivió la potencia imperial de los incas entre los siglos XIII
y XV, y el sometimiento al colonialismo español, a partir del XVI. La
situación de subordinación generó reacciones indígenas que llevarían a
la independencia.

No es del todo forzado el paralelismo con la historia de Cataluña:
esta vivió su período de esplendor en la época medieval, y en el siglo
XVI comenzó a sentir las consecuencias del dominio de las dinastías
castellanas, que impulsaron el resurgir del sentimiento identitario y el
anhelo de plena soberanía.

En el Perú, como en Cataluña, el despertar de las voluntades
democráticas en las épocas moderna y contemporánea sitúa como prioridad
la lucha contra las desigualdades insostenibles, desde la perspectiva de
colectividad que ve en su cohesión la mejor defensa de los derechos
fundamentales. Allí y aquí se afianza la convicción de que, como primera
condición para la regeneración sociopolítica, cultural y económica, ha
de ser hegemónico el respeto a la idiosincrasia marginada.

En el avance hacia la nueva realidad, la lengua tiene una función
capital: el quechua —hablado por cerca de 10 millones de personas— es,
como el catalán, el elemento interclasista que reúne al pueblo; como
todos los idiomas, es el elemento endógeno y exógeno más tangible en la
conciliación de los ciudadanos, por el que se reconoce una manera de
percibir, de analizar y de transformar la realidad.

Una diferencia importante distancia el proceso de normalización en el
Perú respecto al de Cataluña: la dificultad de superar el autoodio, en
un contexto en que no ha despuntado una burguesía no rural. Todavía las
clases sociales son esencialmente dos: la de los enriquecidos y la de
los desposeídos; y el quechua marca a los segundos. No obstante, la
situación política abre hoy vías para la persuasión escalonada en favor
del autoestima y, por lo tanto, de la certeza de que la lengua quechua
es apta para la cultura más alta; se va desvaneciendo la diglosia
“español, lengua A, versus quechua, lengua B”, que se sustituye por una
oposición en la que el quechua destaca como la lengua de los orígenes y
de la solidaridad.
 
El Perú sabe, como Cataluña, que la educación es un ámbito
particularmente decisivo para la recuperación lingüística: asegura la
competencia oral y escrita unitaria de los ciudadanos a través de la
inmersión; en los niveles superiores, abre las puertas al idioma para
que sea instrumento de expresión en la investigación de punta en todas
las áreas del saber. Hoy el Perú tiene en marcha una reforma que desea
aprovechar también para estos fines: escuela gratuita y obligatoria para
todos, pero necesariamente inclusiva de la realidad identitaria,
especialmente en el uso vehicular del quechua. Contra el analfabetismo,
por supuesto; pero a favor de la alfabetización inicial en la lengua
quechua. Todo ello, desde un panorama abierto; la voluntad de no quedar
al margen de la mundialización bien entendida, de apertura al universo,
de conocer, pues, cuantas más lenguas, mejor, no les impide ser
conscientes de los peligros de una segunda dominación ideológica
lingüístico-cultural.

El Perú, desde mediados del siglo XX, está en la vía prometedora de
superación de un contexto con doble cara: la de las clases dominantes
opresoras y la de la revolución de los campesinos, que se convirtió en
terrorismo insoportable.

Todo eso he aprendido en la experiencia de un Congreso que reunió a
casi 300 especialistas, en el que la normalización del quechua tenía un
papel preponderante. La amable invitación de que fui objeto se dirigía
al Institut d’Estudis Catalans, la academia de la lengua catalana.
Elaboré un decálogo, que hicieron suyo, y que contiene las condiciones
necesarias (no siempre suficientes) para la recuperación de una lengua
subordinada, y que me permito reproducir: 1. La voluntad popular de
defenderla y usarla. 2. La existencia de la conciencia social de
pertenencia a una identidad. 3. La implicación del poder socioeconómico.
4. La lengua debe llegar al uso general escrito. 5. Debe contar con una
codificación ortográfica, gramatical y léxica aceptada por todos sus
hablantes. 6. La educación debe asegurar una competencia suficiente en
todos los ciudadanos y servirse de la lengua en los grados más elevados
(Universidad y alta investigación). 7. Debe contar con el apoyo del
gobierno correspondiente en su defensa, protección y difusión. 8. Dicho
apoyo exige que legisle una política lingüística que reconozca la
oficialidad de la lengua y la convierta en instrumento de la
Administración pública para las comunicaciones habituales. 9. La
política lingüística debe tener como culminación conseguir que la lengua
sea usada siempre, por todos y para todo. 10. El espíritu con que se
afronte la política lingüística debe ser abierto y contrario a la
endogamia. La lengua tiene que modernizarse sin tregua para disponer de
los recursos que no le impidan penetrar en ningún contexto comunicativo.

Auguro que el Perú seguirá las vías de crecimiento adecuadas que le
permitirán medrar tal y como merece: sólo así podrán quedar en el olvido
agravios e iniquidades de ayer o de hoy.

*Joan Martí i Castell es catedrático emérito de la Universitat Rovira i Virgili (URV) y miembro numerario del Institut d’Estudis Catalans (IEC)