Catalina Gayà. El Periódico Dominicano de L’Hospitalet. Dominicano del centro. Dominicano de Badal. Así se definen, primero del lugar de donde los trajeron sus padres cuando tenían 9, 10 y 11 años y luego, de donde han vivido casi la mitad de su vida.Los domingos por la tarde se reúnen en la playa de Nova Icària, de Barcelona. ¿Por qué? «Costumbre», responden ellos. Lo cierto es que Nova Icària no tiene un malecón caribeño, pero sí un espigón que en las tardes dominicales se convierte en una República Dominicana de mentirijilla: familias muy jóvenes, adolescentes musculosos, raperos. Chicos y chicas que son de aquí, pero también de allá, y que se encuentran para hacer lo mismo que harían si estuvieran en el país de sus padres, República Dominicana, y que ellos, a pesar de la distancia y de que han crecido en Catalunya, siguen considerando el suyo. En el espigón, ellos mismos así lo advierten, está «todo» Santo Domingo. Algunos se bañan; otros solo controlan el territorio desde la grada, algunos beben Johnny Walker, muchos comen y los más coquetean a lo caribeño. «Mami-papi-Papi-mami». Cuentan que ya no hay ni música ni baile porque la ordenanza lo prohíbe, pero siempre hay alguien que se arranca con un rap improvisado. Fuera estereotipos: ni del reguetón ni de la bachata aquí no hay rastro y lo que se escucha es salsa de discoteca y, más que nada, un rap –made in L’Hospitalet–que habla del barrio; de la raza; de la dureza de ser de aquí y de allá, y de ese tener que encajar porque la necesidad obliga. La canción Fight the power, de Public Enemy, mezclada con versos dominicanos, se escucha desde un loro camuflado en algún lugar del espigón. La presencia de estos 70 muchachos ha convertido este trozo de playa en una pequeña Barahona (el paraíso caribeño donde Óscar, el protagonista de La maravillosa vida breve de Óscar Wao, de Junot Díaz, pierde la virginidad). Banda sonora 38 grados en Barcelona y la temperatura subiendo. Si hubiera un locutor de radio que los convocara diría: «Panas
A las 20.00 horas, el espigón empieza a vaciarse. Hacia la 22.00 horas es solo un trozo de cemento al que Bcneta tendrá que lavar la cara. En el metro sigue la juerga.
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