Tomado de VertiSub group
Lucha inconclusa: Memorias de un catalán exiliado en Chile“. En 1939, luego del zarpe del Winnipeg, el médico y político catalán Jaume Aguadé accedió a que su hijo Cristián, de 18 años emigrara. La familia vivía en ese momento el exilio en Francia. Aguadé, ex alcalde de Barcelona y reconocido catalanista, llevó a su hijo a visitar a Pablo Neruda, gestor del asilo en Chile para republicanos españoles. El poeta se mostró dispuesto a ayudar. Sólo existía un problema: el joven no tenía un oficio que justificara la exigencia de inmigración chilena. “Neruda se concentró como si fuera a escribir poesía, buscando algo que remotamente tuviera relación con mis inútiles y pasados de moda estudios de transmisiones telegráficas”. Como la telegrafía se hacía por impulsos eléctricos, la solución fue dejar estampado que Cristián Aguadé era electricista. Así fue como se embarcó junto a medio centenar de refugiados en el Formosa, un barco francés que siguió al Winnipeg. “Cuídenmelo”, gritó Jaume Aguadé antes que zarpara el barco. “Fue la última vez que nos vimos”, recuerda su hijo Cristián, hoy de 87 años. En Chile, Cristián Aguadé formó familia (se casó con la conocida pintora Roser Bru), fundó Muebles Sur, sobrevivió al franquismo y participó activamente de la transición catalana, yendo y viniendo una vez que pudo volver a entrar a España. En estos setenta años en Chile Cristián Aguadé ha hecho muchas cosas, menos ejercer de electricista.La más reciente de ellas es su libro: “Lucha inconclusa: memorias de un catalán exiliado a Chile” (Catalonia). La idea de hacer un libro de memoria se la dio el escritor catalán Juliá Guillamon, autor de “Día revuelto: literatura catalana en el exilio”, una obra aplaudida por la crítica y uno de los síntomas de la corriente de recuperación de la memoria histórica de la guerra civil española, o lo que pasó con los perdedores. “Ahora hay muchos jóvenes españoles interesados. Por eso mismo me han venido a entrevistar, no porque haya sido nada destacado, sino porque soy uno de los pocos que quedan”. Después de la presentación en Santiago habrá otra en Barcelona. “Lucha inconclusa” puede ser leída en ambas orillas como parte de una historia propia y ajena. Un efecto parecido al descrito por el diseñador Guillermo Tejeda en la introducción del libro: “La cabeza de Cristián Aguadé se compone al menos de dos cabezas: una chilena y otra catalana”. Habría que agregar la del hombre de negocios atrapado en un mundo de intelectuales. En 1942 Cristián Aguadé se casó con Roser Bru. Ambos se conocieron durante el exilio en Francia -el padre de la artista también era político catalanista- y se reunieron en Santiago. Uno de los regalos de matrimonio fueron los diseños de muebles del arquitecto Germán Rodríguez Arias, también exiliado y considerado actualmente como uno de los responsables de introducir en España las ideas de la Bauhaus. “Como todos nosotros, Rodríguez Arias no tenía mucho dinero en ese momento, así que nos regaló los proyectos de muebles”. Para ese tiempo Aguadé tenía una pequeña empresa subcontratista. Aprovechando el taller y los maestros hicieron los primeros muebles diseñados por el arquitecto. Para los refugiados, los primeros años en Chile fueron la espera de que Franco cayera derrocado luego del triunfo de los aliados. Cuando vieron que esto no sucedería comenzaron a hacerse a otra idea. Al menos eso sucedió con Aguadé: “Después del 45 empezó la decepción y en los 50 pensé que aquí me quedaba hasta cuando pudiera. Además, ahí había empezado a tener relación con el país a compenetrarme más”. El país que lo recibió con Aguirre Cerda comenzó a cambiar con la revolución en libertad de los sesenta para luego sobresaltarse y a mostrarse los dientes con la violencia política. Aguadé a esas alturas ya era mucho más que el refugiado: era el deportista, el esquiador de Farellones, el empresario en un mundo de intelectuales y el izquierdista en un mundo de negocios. También fue un poco playboy, lo que le costó su matrimonio de 30 años. El título “Lucha inconclusa” tiene que ver con el hilo conductor por momentos subterráneo en la biografía de Aguadé: La política y la identidad catalana. Aun desde Chile. En cuanto pudo volver a entrar en España participó de la transición política que preparó a Cataluña para el nuevo escenario tras la muerte de Franco. Fue el representante en Cataluña de Josep Tarradellas -el presidente de la Generalitat Catalana en el exilio durante el franquismo- hasta que éste pudo regresar a Barcelona. Durante años Aguadé iba y venía, pero la actividad política disminuyó en tanto la transición española -“que debilitaba los ideales”- avanzaba. Un hecho marcó el desencanto: el momento en que Tarradellas, republicano y antimonárquico como su padre, aceptó el título de marqués otorgado por el rey. “Viví mi niñez a través de un padre político combatiente, después vino la guerra, la perdimos. Yo tenía una misión para cumplir que no era ser líder, sino ser leal a una causa”.