ALEIDA GUEVARA, HIJA DE CHE GUEVARA

Sus bisabuelos eran catalanes -los March- y en su árbol genealógico hay incluso sangre irlandesa y africana. A esa extraña mezcla atribuye ella su “carácter dinamita”. Se revuelve contra la vieja leyenda de Cuba burdel de Europa -“la mujer cubana que hoy se vende lo hace porque quiere”- y no acepta la presunta traición de Castro a su padre. Imposible plantear la mínima duda sobre el sistema político cubano. Para ella Fidel es su ´tío´ y ´abuelo´ de sus hijas. Y Cuba, por los siglos de los siglos, la tierra prometida. Jura que al Che lo eliminaron por visionario y conserva la taza, blanca con dragones, donde bebió café por última vez. A veces aún sueña con las manos de su padre, las mismas que en 1967 le fueron amputadas por orden de la CIA y metidas en latas de formol.

“Mi madre le salvó la vida al Che”

Tengo 45 años. Soy médico pediatra. Tengo dos niñas, bueno, dos adolescentes: Estefanía (16) y Celia (15). Nací en La Habana, donde vivo, y creo que moriré allí. Me siento comunista comunista. Y atea. Uno no ama a alguien si intenta transformarlo; así entendí por qué mi papá hizo lo que hizo. Heredé de él intentar ser digna hasta la muerte

NÚRIA ESCUR – 03/12/2005
La Vangurdia

– ¿Qué admiraría del Che si no fuera su padre?

– Su capacidad para amar. Es un hombre que nunca temió demostrar lo que sentía; dijo siempre lo que pensaba e hizo siempre lo que dijo.

– Si usted cierra los ojos…

– Lo veo parado, con su uniforme verde olivo, el día en que se estaba despidiendo para siempre de nosotros, sin yo saberlo. Lo veo ahí, perfectamente, en una imagen que nunca se borró de mi mente. Mi madre sostiene en sus brazos al bebé, la habitación está en penumbra, la mano de papá es grandiosa y acaricia la cabeza de mi hermano…

– A usted nunca le dijeron verbalmente que su padre había muerto.

– Mi madre se acercó a mí con una carta en la mano y le puso voz: “Cuando ustedes lean esto ya no estaré en el mundo…”. Terminaba: “Un beso grande de papá”. Fue así como entendí que era huérfana. Tenía siete años y descubrí algo insólito: mi madre lloraba. Ella, que entonces era el centro de mi existencia, era – y es- una mujer fuerte, a quien jamás había visto derrumbarse.

– Guerrillera también.

– Otra Aleida, la compañera de lucha del Che. Mamá fue una mujer tanto o más osada que él. Se unió a la insurrección en la clandestinidad y el movimiento 26 de julio le confió un dinero que debía entregar al jefe. El jefe resultó ser mi papá.

– ¿Y él no desconfió?

– Claro. Pensó que habían enviado a esa mujer para espiarlo. Piense que mi papá venía con el cartel de comunista y en aquella época, en Cuba, ésa era aún una palabra fea. ¡Comunista era lo último, lo peor! Decidió tenerla cerca. Mi madre, maestra, empezó a ayudarlo con la correspondencia…

– Y se enamoran.

– Nooo, todavía no lo reconoce. Se resiste.

Tenía 25 años y había trabajado siempre rodeada de hombres. Se hacía respetar, era muy pura, mero producto de una estricta educación rural-religiosa. Se limitó a cuidar al Che y en varias ocasiones le salvó la vida.

– ¿Una mujer en Sierra Maestra podía resistir más que un hombre?

– Sin duda. Pero siempre aparece el instinto animal de los hombres: quieren sexo y eso desorganiza la tropa. Además, ¿se imagina, en plena guerrilla, lo que era tener la menstruación? Ni siquiera tenían un paño para protegerse y la tropa pasaba días sin bañarse.

– ¿Queda algo que no le perdone?

– José Martí dijo que el sol tiene manchas pero da tanta luz que uno no le ve mácula. Eso me ocurre a mí. El Che no es un hombre perfecto pero dio mucho en pocos años y sé que me amó. No veo más allá.

– ¿Por qué le duele que digan que Fidel traicionó a su padre?

– Porque EE.UU. se encargó, desde el primer momento en que mi papá desaparece de la palestra, de crear un mito: culpar a Fidel y a Raúl de esa desaparición. ¡Mentira!

– Usted, a Fidel Castro le llama tío.

– A Fidel hay que conocerlo: han tratado de distorsionarlo. Y ese hombre ha sido capaz de dirigir una revolución socialista a sólo 90 millas de EE.UU., ¡un respeto!

– Pero de esta Europa… ¿de veras no encuentra nada digno de llevarse a Cuba?

– Bueno… Yo tengo un sueño. Hacer un hospital de niños en Cuba, como los de aquí, con colores tenues, con alegría. A nuestro hospital llegan los niños enfermos y encima se encuentran con paredes despintadas y un falso techo que se derrumba…

– Usted fue también brigadista ¿Hubiera sido capaz de dar la vida por un ideal?

– No tenga ninguna duda. En Nicaragua, cuando la invasión, Fidel nos obligó a salir a todas las mujeres, por seguridad. Pero algunas no queríamos dejar a nuestros compañeros… ¡Si hay que morir, morimos! Cuba te enseña que cuando sales de tu país no tienes derecho a opinar. Pero en Cuba no nos quedamos callados ante nada ni ante nadie

– Disculpe, pero… ¿esto no iba al revés?

– Los europeos no nos van a entender nunca. ¡Somos libres e independientes y ustedes todavía no lo ven! ¿Cree que si sintiéramos que lo que estamos viviendo no es lo que queremos, íbamos a permitirlo?

– Dispare, dispare…

– Somos un país bloqueado por la potencia más grande del planeta, agredidos diariamente por grupos terroristas del sur de la Florida que sustenta la CIA. ¡Alrededor de 50 millones de dólares se gastan, sólo para reactivar la contrarrevolución interna del país y en propaganda contra Cuba! ¡Todo eso gastan para borrar mi país… y no lo consiguen! Somos muy guerreros.

– ¿Ha tenido que encajar situaciones desagradables por ser hija de quién es?

– Agresiones verbales, groserías. Y una historia hermosa: una argentina me dijo “Me llamo Aleida” y se puso a llorar. “Mi padre amaba tanto al suyo que me puso el nombre de la mujer que el Che quiso más”. ¿No es lindo?

– ¿Y la primera vez que vio la fotografía en la que aparece muerto?

– Fue horrible. Porque hasta entonces yo… ¿sabe? íntimamente pensaba que seguía vivo. No me dejé vencer hasta ver esa foto.

– ¿Fue hombre de muchos amores?

– Tras varias aventurillas se casa con Hilda, embarazada. Después, en la lucha, le manda una carta pidiéndole el divorcio porque se va a casar con una “campesina cubana”. Esa carta se la lee a mi madre y ella le pregunta: “¿y quién es esa mujer?”. “Eres tú”. Así se declaró. Pero yo tuve el honor de conocer a su primera novia, extraordinaria. Acabamos llorando. Me dijo: “Eres la hija que yo hubiera querido tener con él”