Catalanes en el Caribe colombiano
El Heraldo (Barranquilla, Colombia)

Hay una significativa presencia catalana en la pintura moderna colombiana. En 1918 los Obregón Arjona fijaron su residencia en Barcelona, donde en 1920 nació Alejandro Obregón Rosés.

Fragmento inicial de la ponencia de Adolfo González Henríquez sobre la novela Los Muertos Tienen Sed, de Xavier Auqué Lara, en Barcelona.

El legado de Ramón Vinyes ha sido estudiado en sus proyecciones sobre la literatura colombiana (Jacques Gilard, Jordi Castellanos, Jordi Lladó, Jaume Huch y Ramón Illán Bacca, entre otros), pero esto de ninguna manera agota el tema de la influencia de Vinyes en Colombia. Su obra es parte de una historia más amplia, todavía no estudiada: la de los catalanes en Colombia, el caso de una minoría regional europea que aporta modernidad a un país americano.

Desde mediados del siglo XVIII la vida económica de Santa Marta estuvo dominada por un grupo de comerciantes catalanes cuyos exponentes más importantes fueron Gerardo de Oligós y sus descendientes, los Oligós Díaz Granados, pioneros en el cultivo de café en Colombia. También fueron dueños de pulperías y tiendas, y fabricantes y dueños de goletas dedicadas al comercio con el Caribe insular. De algunos de ellos descienden figuras entre si muy distintas pero importantes como Don Abel Carbonell y Carlos Vives. Los catalanes y sus hijos reaccionaron en forma diversa frente a la lucha por la independencia. Algunos hicieron causa común con la Corona y otros se unieron a los rebeldes: son los casos de dos figuras importantes, aunque poco estudiadas, de nuestra historia republicana como José Maria Carbonell y el General José Sardá.

Por otro lado, los estudios sobre migraciones extranjeras muestran que, durante el siglo XIX, Colombia se preocupó por contar con una inmigración europea que aportara los elementos de civilización necesarios para el desarrollo. En los esfuerzos por elaborar una política estatal de inmigración aparecen, entre líneas, los catalanes. Estas directrices estuvieron fundadas en consideraciones de estabilidad y orden público: prevenidos contra ciertas ideas conflictivas, asociadas a los italianos (masonería, anarcosindicalismo), los gobiernos prefirieron inmigraciones que, como la catalana, a su laboriosidad agregaban coincidencias de lengua y religión.

La llegada de los catalanes de fines del siglo XIX, y comienzos del XX, tuvo características de inmigración privada fragmentaria, con frecuencia marginal e invisible. Su aporte está conectado con la construcción de la Colombia moderna y puede sintetizarse en tres palabras: arte, ilustración y empresa, es decir, creación de un acumulado de riquezas materiales y espirituales que nos acompañan hasta nuestros días.

A comienzos del siglo XX, nació en Barranquilla una empresa que hoy es casi un símbolo patrio: Carulla & Cia, fundada en 1904 por José Carulla Vidal, un joven «perito mercantil» que había llegado para convertirse en exportador de mercancías americanas hacia Europa. Y su primer punto de venta, abierto en Bogotá, se llamó El Escudo Catalán, iniciándose así la primera y todavía hoy una de las mayores cadenas de supermercados del país.

Para mediados del siglo XX se organizó en Colombia otra empresa de origen catalán que es hoy un legítimo motivo de orgullo nacional. En 1953 se estableció en Bogotá el medico catalán José Ignacio Barraquer Moner, para convertirse en uno de los oftalmólogos más importantes del mundo y fundar una infraestructura profesional, educativa y científica de alto nivel: el Instituto Barraquer de América (1964), y la Clínica Barraquer de Bogota (1968). Gracias a esta infraestructura, y a los recursos humanos que allí se forman, Colombia es uno de los centros mundiales de la cirugía ocular, tanto en la parte clínica como en los procesos de formación oftalmológica e investigación especializada.

Hay también una presencia catalana visible en las obras civiles. Uno de los arquitectos más importantes de Colombia es Rogelio Salmona, hijo de padre catalán, discípulo de Le Corbusier, a quien puede considerarse como un humanista que diseña espacios habitables o, lo que es lo mismo, un poeta de la arquitectura que se inspira en la literatura, los indios colombianos y la relación del agua con el espacio: «La Alhambra corrobora que la verdadera razón de la arquitectura es el goce». Otro catalán que construyó obras civiles en Colombia durante el siglo XIX fue Luís Llach, ingeniero civil de la Universidad de Barcelona, diseñador y constructor de Quibdo.

Volviendo a Barranquilla, hacia finales del siglo XIX encontramos una lista interminable de catalanes figurando entre sus principales industriales y comerciantes. Entre ellos los descendientes del General Sardá. En 1883 Ricardo Arjona Sardá, también de ancestros cubanos, fundó la Fábrica de Jabones La Cubana así como la primera fábrica de hielo que tuvo la ciudad. Años más tarde, en 1910, la sociedad conyugal formada por su hermana Isabel Arjona Sardá y Evaristo Obregón Díaz Granados, dio lugar a un hito de la industria manufacturera colombiana: Tejidos Obregón, que durante la primera mitad del siglo XX fue la principal textilera del país. Además de actividades agropecuarias tradicionales desarrolladas en las propiedades del Magdalena (ganadería, tabaco), la familia Obregón Arjona incursionó en la navegación fluvial (Compañía Colombiana de Transportes), la banca (Banco Comercial de Barranquilla), electricidad (Compañía de Energía Eléctrica de Barranquilla) entre otros.

Hay una significativa presencia catalana en la pintura moderna colombiana. En 1918 los Obregón Arjona, en su mayor parte, fijaron su residencia en Barcelona, donde en 1920 nació Alejandro Obregón Rosés, hijo de Pedro Obregón Arjona y Carmen Rosés, catalana, el pintor mas importante de Barranquilla y uno de los mejores que haya dado el país. Otro exponente de origen catalán en nuestra pintura moderna colombiana es Enrique Grau, de Cartagena de Indias, creador de un estilo inspirado en los motivos naturales del Caribe. Y por ultimo Juan Antonio Roda, nacido en Valencia en 1920 y formado en Barcelona. Tuvo participación activa en la vida intelectual catalana y fue amigo de Antoni Tapies; para Marta Traba se trataba de alguien «perteneciente al grupo de insurrectos de Barcelona y Madrid» que había introducido tendencias renovadoras en España. Llegó a Colombia en 1955 y se quedo para siempre, convirtiéndose en uno de los colombianos más importantes del siglo XX. Fue dibujante, grabador, impresor, joyero y retratista. Dejó un célebre cuadro en La Cueva, bar de Barranquilla de importantes resonancias literarias.

La impronta catalana en la educación es un capitulo brillante de la historia de Colombia que está por escribirse. Con motivo de la Guerra Civil Española y de la Segunda Guerra Mundial, llegaron profesores extranjeros prestigiosos que contribuyeron a oxigenar el ambiente intelectual del país.

Entre ellos llegaron algunos catalanes que hoy figuran con derecho propio en la historia intelectual de Colombia. Por ejemplo, José de Recasens, quien hizo carrera en círculos académicos y medios de comunicación, desempeñándose en temas de frontera entre humanidades, ciencias exactas y arquitectura. O Pau Vila, quien en su primer viaje colaboró con la fundación del Gimnasio Moderno de Bogotá y de la Librería J. Auque & Salazar y en su segundo se convirtió en uno de los protagonistas de la geografía moderna en Colombia y recibió la Cruz de Boyacá, máxima condecoración que otorga el Gobierno Nacional. O José Maria Ots Capdequi, quien utilizó su permanencia en Colombia para sus investigaciones de archivo sobre historia del derecho y fundó la cátedra de Derecho Español e Indiano en la Universidad Nacional.

Como ocurre en toda América Latina, la industria editorial catalana ha proporcionado a muchos colombianos su primer contacto con la Madre Patria y algunos adolescentes creíamos que Barcelona no era otra cosa que el nombre de una gran librería con un excelente equipo de fútbol. Hacia finales del siglo XX llegó la sociedad Aguas de Barcelona para constituir, luego de décadas de desgreño y corrupción, un servicio eficiente de agua potable en Barranquilla y convertirse en el líder del negocio privado de agua potable en la Costa Caribe. Pero el testimonio más elocuente de la presencia catalana en Barranquilla se da en el terreno religioso: la cumplida observación de la efemérides de la Virgen de Montserrat, cuya estatua se conserva en la Catedral Metropolitana, con sermón en catalán incluido en una iglesia repleta.

Un escritor barranquillero entre Colombia y Cataluña es Javier Auque Lara, nacido el 30 de abril de 1923, hijo de Xavier Auque Masdeu, socio catalán de Vinyes en la célebre librería y Concepción Lara de Aguas. Auque Lara fue un pionero tanto en la novela bananera en Colombia (junto con García Márquez) como en la investigación social de este tema. Su trabajo en este campo fue una novela, Los muertos tienen sed, de 1970 (Monte Ávila Editores, Caracas), publicada sobre la cresta de la ola de Cien años de soledad, pero de ninguna manera inspirada en ella porque fue escrita por la misma época. Auque Lara escribió una novela en su primera salida al mundo literario, terminó su primer borrador y poco después se dedico a los compromisos laborales, relegando el borrador a la oscura dignidad de los cajones. Entregó su necesario trabajo de reescritura a ese infaltable «mañana» de nuestra cultura latina, y sin quererlo el borrador se volvió texto definitivo. La coyuntura de Cien años de soledad generó una demanda de textos con referentes bananeros y Auque Lara cedió a la tentación de publicar el borrador de lo que hubiera sido una novela bastante ambiciosa. Una novela de interés antropológico y sociológico sobre el departamento del Magdalena, una de las regiones más conocidas pero menos estudiadas y violentas de nuestro país.