Novela
Náufragos de Coyoacán

Inédita hasta hoy, ´Un deliri de mar´ la escribió Josep M. Miquel i Vergés (1903-1964) en México y evoca la experiencia del exilio.

El territorio estéril, con tesoros inalcanzables y buques varados, es un espacio imaginario que se asocia fácilmente a la pérdida de las raíces

JULIÀ GUILLAMON
La Vanguardia

Paso la tarde del lunes en la plaza de Coyoacán, entre la librería el Parnaso y la cantina Guadalupana, que abrió sus puertas en 1932 y que en la actualidad luce una decoración taurina con carteles de corridas de Texcoco y Huamantla Tlax. Quien sabe si en una de estas mesas se sentó rumiando su Diccionario de los insurgentes el erudito catalán Josep M. Miquel i Vergés (Arenys de Mar, 1903-Coyoacán, 1964). Si entre fresnos y bugambilias, frente a la iglesia de San Juan Bautista, paseó, hacia 1956 ó 1957, la idea de su novela Un deliri de mar, escrita en el exilio mexicano, e inédita hasta hoy. Joan Sales, que fue uno de los detractores del libro, escribía en una carta a Lluís Ferran de Pol, en junio de 1960:

“A tots aquests que no pensen tornar mai més, més els valdria mexicanitzarse completament. (…) Creure que es pot fer literatura catalana a Mèxic per saecula saeculorum és simplement manicomial”. Leída en estos pagos, Un deliri de mar provocauna extraña sensación. Miquel i Vergés llevaba casi veinte años viviendo en México, pero México está ausente de la novela, que lleva la experiencia del exilio al terreno de la figuración simbólica. El mar se retira, de lo que resulta una nueva topografía, un desierto mineral por el que Pere Ribes deambula en sueños, acompañado por su amada Rosalia y por Tric-Trac, el excéntrico marinero que también aparece en los libros de Espriu.

Una serie de imágenes y metáforas sintetizan el desarraigo del europeo culto enfrentado a la inmensidad de América. “Les aigües del Mediterrani, esteses per l´Atlàntic, no tindrien cap força. (…) A tot estirar hauran produït un transtorn a les costes de les Canàries”, escribe Pere Ribes. Uno de los elementos que provocan su extraña visión es una estampa de Pizarro con una india, muy parecida a los calendarios de Cuahtemoc y otros caudillos indígenas que he visto por aquí estos días. L´eixut, el territorio estéril, con tesoros inalcanzables y buques varados, es un espacio imaginario que se asocia fácilmente a la pérdida de las raíces y la falta de expectativas del exilio. La novela evoca un mundo perdido: el frente marítimo de Arenys de Mar, los relieves submarinos, entrevistos bajo la veladura de las aguas, como en los cuentos de Ruyra, las aventuras transatlánticas y las miniaturas navales de los libros y artículos de Emerencià Roig.

Josep M. Miquel i Vergés se especializó en los orígenes de la Renaixença, en la figura de Antoni de Puigblanch, el pionero que fracasó en la introducción en Catalunya del romanticismo europeo. Desde este punto de vista su obra coincide con la de otro autor que alternó los estudios sobre el alma romántica con novelas en las que recreaba y actualizaba su imaginario: Marcel Brion. En los momentos de mayor densidad (cuando describe el paisaje de las Sapes y els Colls o cuando presenta al capitán Dotres vestido para la batalla de Trafalgar) Un deliri de mar tiene la misma ambigüedad enigmática, de prefiguración del fin del mundo, de La fête de la tour des âmes (1974) o L´ermite au masque de miroir (1982). Los saltos temporales y la introducción de elementos contemporáneos (un pozo de petróleo) en el mundo de 1776 son muy parecidos a los que Joan Perucho puso en juego en el Llibre de cavalleries (1957). Lo que viene a demostrar que la propuesta de Miquel i Vergés no estaba tan mal orientada como creyeron Sales y Ferran de Pol. Y que el exilio no le había dejado tan fuera de tiempo cuando, en lo esencial, sus fantasías conectaban con la imaginación de uno de los jóvenes más prometedores del interior. Una conexión que se establece en el territorio de lo excéntrico y lo marginal, que es donde la literatura fantástica reivindica la vigencia de la imaginación simbólica y la necesidad del mito.