En el 25 aniversario de su muerte

Recuerdo vivo de Lluís Espinal

TXEMA ALEGRE – 21/03/2005

Conocí a Lluís Espinal como animador de los cine club Secuencia y Mirador, siendo yo estudiante de preu, en los alrededores del 66. Es seguro que hoy no recordaría aquel adolescente lleno de dudas y frustraciones al que apasionaba el cine, pero ese joven sí quedó influido por su testimonio de vida, su lucha por la honestidad y su permanente rebelión contra los problemas más urgentes por resolver.

Ese recuerdo quedó grabado de por vida, a sangre y fuego, la noche de un 21 de marzo, hace ahora 25 años, cuando Lluís Espinal (jesuita, Sant Fruitós de Bages, 1933) fue torturado y asesinado por su compromiso con los más desfavorecidos. Lo mataron los iguales porque era distinto. Fue en Bolivia.

Era la noche del 21 de marzo de 1980 en La Paz. El jesuita catalán salía del cine. Unos desconocidos le hicieron entrar en un jeep, como recuerdan sus compañeros de la Fundació Lluís Espinal. Lucho fue torturado y asesinado.

Lluís Espinal llegó a Bolivia en 1968, cuando el país vivía una época de dictaduras, represión y violaciones de los derechos humanos. Era también el año de la asamblea de los obispos de América Latina celebrada en Medellín, el momento en que sectores de la Iglesia maduraban un proceso de proximidad a los pobres y a su lucha, que acabaría conformando la teología de la liberación.

Espinal, además de jesuita, era periodista y crítico de cine. En España como en Bolivia practicó la denuncia de las situaciones que consideraba injustas.

Desde Barcelona, en los años sesenta, trabajó para TVE realizando el programa “Cuestión urgente”, pero la crítica social de sus historias topó con la censura. En 1967 le prohibieron un programa sobre las viviendas miserables de los barrios marginales de la ciudad y una entrevista con Alfonso Carlos Comín. Su manera de rechazar la censura fue dimitir. Su decisión fue un pequeño escándalo. Nadie dimitía entonces de nada, y menos del momio de la televisión española.

En La Paz no dudó en trabajar al servicio del pueblo boliviano, denunciando la dramática situación del momento, la represión militar y las consecuencias del narcotráfico. Su voz incomodó a los poderosos. Finalmente la acallaron, como también -justamente tres días después- la del obipo Óscar Romero en El Salvador.

Han pasado 25 años de su muerte y Bolivia sigue envuelta en convulsiones. Otro jesuita catalán, Josep Gramunt, explicaba recientemente en La Vanguardia” -en entrevista concedida al corresponsal Joaquim Ibarz- que el agricultor cocalero Evo Morales es hoy “un factor de atraso que multiplica la pobreza”. ¡Qué cambios da el tiempo!

Explica Gramunt que Evo es un agitador que se adorna con el populismo, un representante del altermundismo que combate a las multinacionales y al imperialismo; se sorprende el entrevistado de que en el exterior tenga “una imagen fantástica, envidiable para un líder autodidacta”.

Denuncia hoy Gramunt, como ayer Espinal con los milicos golpistas, que Morales, aunque posee enormes cualidades de liderazgo “tiene una empanada mental en la cabeza” y que su choque frontal con el presidente Carlos Mesa (“que no sabíamos que fuera líder”, apostilla Gramunt) ha hecho que se le comenzara a perder el respeto. “Ahora, Evo Morales aglutina a la izquierda más radical. Hace unos meses, la clase media lo veía con simpatía. Su creciente dogmatismo le restó el apoyo de sectores moderados”, concluye.

Es esclarecedor el diagnóstico que el jesuita y comunicador hace sobre la actual crisis boliviana: “Venezuela es el principal proveedor de crudo y gas en América Latina. No le conviene la competencia. Hace doble juego. ¿Para qué exalta y financia a Evo Morales? Para que se invaliden las inversiones que puedan competir con Venezuela. Evo es el eslabón que le faltaba al régimen chavista para encadenar a Bolivia a su revolución bolivariana, que es una combinación de populismo, socialismo, indigenismo y autoritarismo.”

Reflexionar sobre la Bolivia de hoy, como en la de ayer, quedará vinculado para este periodista a la figura de Lluís Espinal, hombre de cine, curiosamente, como el actual presidente Carlos Mesa.