En los países desarrollados, el nombre de Rawls se asocia a una concepción de la justicia social que tiene como base la tolerancia y la igualdad. La idea de partida es relativamente sencilla: las personas no somos responsables de aquellas circunstancias sociales y personales en las que hemos nacido, sino sólo de las elecciones que tomamos más allá de esas circunstancias. Es radicalmente injusto que nacer pobre (o mujer, o de una determinada etnia o minoría, o con deficiencias de salud, etcétera) le impida a uno tener acceso a bienes, como la educación, a los que otros tienen acceso por haber nacido en circunstancias de vida más favorables. (…) En contextos en los que, como el brasileño, las desigualdades son abismales, la recepción de la filosofía rawlsiana se convierte en una demanda de reformas estructurales de gran calado que tienen en la lucha contra la pobreza, más que en la lucha contra las desigualdades, su objetivo principal. Cuando las condiciones de vida son muy precarias, no basta con políticas distributivas socialdemócratas de carácter universal, sino que se requieren políticas especiales de lucha contra las expresiones más acuciantes de la pobreza.