El País
Luis Prados
México
22 de noviembre de 2012
con los republicanos españoles no hubiera sido posible sin el talento y
el esfuerzo de un grupo de intelectuales y diplomáticos mexicanos que,
superando unas circunstancias políticas extraordinariamente difíciles,
lograron que unos 20.000 refugiados encontraran la libertad y una nueva
patria en este país. De figuras como Alfonso Reyes y Daniel Cosío
Villegas, pero sobre todo de Luis I. Rodríguez, Gilberto Bosques, Isidro
Fabela y Narciso Bassols bien puede decirse una vez más que nunca tan
pocos salvaron a tantos.
Su actividad diplomática durante la posguerra española y la II Guerra
Mundial tiene todos los ingredientes de una novela de aventuras. Luis
I. Rodríguez, embajador mexicano en Francia entre julio y diciembre de
1940, cumplió con creces la orden de Cárdenas de lograr que el Gobierno
de Vichy permitiera a México “acoger a todos los refugiados españoles de
ambos sexos residentes en Francia”, la mayoría de ellos internados en
campos de concentración.
A primera hora de la tarde del lunes 8 de julio de ese año, Rodríguez
llegaba en su Buick al Hôtel du Parc donde sería recibido por el
mariscal Pétain. Durante media hora los dos hombres, “él sentado en una
butaca y yo al borde de su lecho”, como relató el diplomático en las
notas de su diario, discutieron el caso de los exiliados españoles:
-“¿Por qué esa noble intención –me dijo- que tiende a favorecer a gente indeseable?”.
-“Le suplico la interprete usted, señor mariscal, como un ferviente
deseo de beneficiar y amparar a elementos que llevan nuestra sangre y
nuestro espíritu”.
Al final, el mariscal accedió y un convenio firmado el 22 de agosto
hizo posible la reanudación del embarque de exiliados a México. Las
virtudes y entrega del diplomático mexicano superarían a lo largo de
aquellos meses tremendas dificultades como la falta de transporte y
recursos económicos, la división entre los republicanos españoles, las
dudas sobre la conveniencia de la medida en el interior del propio
Gobierno mexicano, la indignación de la derecha de este país ante la
llegada de miles de “rojos” y la animadversión de la prensa francesa. Le Petit Journal
de Marsella celebraría el acuerdo, en un artículo publicado el 3 de
septiembre de 1940, con estas palabras: “Buen viaje, señores, háganse
colgar en otra parte”. Y días más tarde en Le Journal, Max
Massot firmaba un reportaje sobre los campos de concentración, que
comenzaba así: “Los despojos del Ejército español van a salir de Francia
(…) huéspedes indeseables, soldados inútiles”.
La acción de Luis I. Rodríguez fue también crucial para sacar del
territorio francés a Juan Negrín, dar protección jurídica a Luis Nicolau
d’Olwer, exministro de Hacienda y exgobernador del Banco de España y
enterrar con dignidad a Manuel Azaña.
Aquella mañana del martes 5 de noviembre de 1940, el prefecto de
Montauban quiso impedir la presencia de españoles en el cortejo y
enterrar al último presidente de la II Republica con la bandera de
Franco. Rodríguez se enfrentó a él, negándose a semejante “blasfemia”, y
al no poder hacerlo con la republicana, desafío al representante de las
autoridades francesas con estas palabras: “Lo cubrirá con orgullo la
bandera de México; para nosotros será un privilegio; para los
republicanos, una esperanza, y para ustedes una dolorosa lección”.
En 1973, Luis I. Rodríguez, de quien Pablo Neruda escribió que tenía
“algo de domador popular y algo de gran señor de la conciencia”, fue
enterrado en México en un féretro cubierto con la bandera de la
República española.
Otro gigante de la solidaridad internacional fue Gilberto Bosques, cónsul general de México en París en aquellos años, quien rescató a Max Aub del campo de concentración de Vernet y más tarde de otro del norte de África. Amigo de Negrín, a quien califica de “gran gourmet” en el libro Gilberto Bosques: el oficio del gran negociador,
resumen de ocho entrevistas realizadas al diplomático por Graciela de
Garay en los años ochenta, Bosques trasladó el consulado a Marsella tras
la rendición de Francia. Allí se las ingenió para alquilar dos
castillos que convirtió en residencias de asilo para los exiliados
españoles. En el castillo de Reynarde se alojaron 850 refugiados de
todas las profesiones y oficios. En el de Montgrand, 500 mujeres y
niños. Bosques organizó la vida de los republicanos en esta especie de
purgatorio antes de embarcarlos para México, vía Marsella o Casablanca,
creando un servicio médico, una oficina jurídica, una escuela e incluso
montando obras teatrales y competiciones deportivas.
La actividad de Bosques se complicaría tras la evacuación de
refugiados judíos y la consiguiente ruptura de relaciones de México con
el régimen de Vichy en noviembre de 1942. La legación fue asaltada por
la Gestapo y las 43 personas que la integraban con el cónsul y su
familia a la cabeza fueron detenidos y trasladados en febrero de 1943 a
un hotel prisión de Bad Godesberg, en Alemania, donde permanecerían un
año.
Una vez liberados, de regreso a México, Bosques sería nombrado
embajador en Portugal tras el fin de la II Guerra Mundial. Allí
continuaría la labor realizada en Francia. “Se me encargaría de auxiliar
a los refugiados españoles que atravesaban la frontera de España y
Portugal y eran capturados por la policía portuguesa para ser entregados
a Franco. Regularmente su destino era el cadalso”.
Tras pasar por Suecia y Cuba, el diplomático se retiró de la vida
pública en 1964 con la llegada a la presidencia mexicana de Gustavo Díaz
Ordaz. “No quería verme en el caso de colaborar con ese señor”, se
justificó.
Antes, Isidro Fabela y Narciso Bassols, se habían erigido, desde su
posición de delegados de México en la Sociedad de Naciones, en
defensores morales de la II República, denunciando en Ginebra la
intervención de la Italia fascista y la Alemania nazi en la guerra civil
española y la hipócrita neutralidad de las democracias. Con discursos y
obras –Bassols sería embajador en Francia al comienzo de la crisis de
los refugiados españoles en febrero de 1939- ambos articularían la
iniciativa humanitaria de Cárdenas.
Fabela adoptaría dos huérfanos españoles y sería entre 1942 y 1945
gobernador del Estado de México donde formaría dentro del futuro PRI el
influyente grupo de Atlacomulco, su pueblo natal y el mismo de Peña
Nieto. Bassols rompería con Cárdenas tras acoger este a Trotsky y en
1944 sería nombrado embajador en la URSS. Pero eso ya son otras
historias. Sus acciones, junto con las de Rodríguez y Bosques, no solo
salvaron la vida a miles de españoles. Consagraron el derecho de asilo
como una actitud internacional de México.
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