Carreteras Secundarias
EL VIAJE DE VUELTA
BRU ROVIRA – 30/10/2005
Revista La Vanguardia
Regresan a casa para montar un negocio con el microcrédito concedido por la Fundació Un Sol Món. Hace unos años llegaron desde Ecuador para trabajar en España, acuciados por la necesidad económica y la pobreza. Hoy prefieren regresar a su país con los conocimientos adquiridos gracias al proyecto Rétale (Retorno del Talento a Ecuador). La reunificación familiar es el principal motivo de este regreso.
Adiós Barcelona.
Otto Cedeño, de 38 años, y Lourdes Ortiz, de 42 años, volvían a casa el pasado martes y lo hacían desde el mismo aeropuerto que les había visto llegar hace cinco años.
Cuando el avión se levantó sobre la fachada marítima, pudieron echar una última mirada a la playa de la Barceloneta y pensaron que si acaso algún día regresaban a la ciudad lo harían para disfrutarla como turistas, pero que nunca más volverían a patearse aquella franja blanca arrastrando latas de refresco para venderlos a los bañistas.
Otto fue el primero en llegar. Salió de Ecuador en el año 2000, después de que la empresa en la que trabajaba como transportista cerrara por ruina. Tal como le habían recomendado los ecuatorianos que le precedieron y la agencia que en su país se ocupó de los trámites cobrando una buena comisión, Otto llevaba en su bolsillo 3.000 dólares, un billete de vuelta cerrado y la reserva de un hotel.
Con estos requisitos bastaba para poder entrar al país como turista, aunque el turista Otto pronto tiró el billete de regreso a la basura y dejó el hotel para ir a vivir a un habitación alquilada a un colega (la agencia le había cobrado 150 dólares por noche en un hotel que resultó ser una pensión). Su siguiente paso fue dirigirse a la plaza Catalunya, donde se presentó a la comunidad ecuatoriana y le dieron un contacto para su primer trabajo como repartidor de publicidad.
Al cabo de dos meses llegó Lourdes, su esposa, utilizando la misma puerta de entrada y cumpliendo los mismos requisitos: a pesar de que la atención sobre la entrada de emigrantes sin papeles se focaliza en el muro de Ceuta y Melilla, los expertos saben que la gran autopista se encuentra en los aeropuertos y que la mayoría de los emigrantes llegan como turistas. Otto recuerda cómo durante aquellos años todos los noticiarios de su país hacían publicidad de España al tiempo que hablaban de la necesidad de mano de obra (especialmente para la zona de Murcia) y del trato prioritario que el Gobierno Aznar dispensaba a la emigración ecuatoriana.
Lourdes, que era maestra de enseñanza media en su país, encontró sin dificultad trabajos de limpieza y cocina. Los niños, Alejandro, Andrés e Isaac, se quedaron en Ecuador a cargo de la abuela. En el año 2001, el matrimonio consiguió regularizar sus papeles, con una rapidez que extrañó a los propios interesados y que atribuyen al escándalo provocado por el accidente de Lorca, donde 11 ecuatorianos sin papeles perecieron al ser arrollada por un tren la furgoneta en que viajaban. Uno de los fallecidos era una chica de 13 años de edad. Todos ellos se dirigían a trabajar al campo, contratados por un empresario agrícola local.
Pronto, Otto y Lourdes estabilizaron su situación como emigrantes, pero no tardaron en descubrir que El Dorado español no era un camino de rosas y que si querían modificar su estatus de currantes situados en el último eslabón de la sociedad deberían esperar muchos años, a base de paciencia y un mínimo de 12 o 14 horas diarias de trabajo.
Lourdes supo desde el primer día que era una emigrante, “a pesar del cariño con que me han tratado muchas de las familias para las que he trabajado. Nunca dejas de sentirlo, te lo hacen sentir en cada gesto, en cada palabra”. Lourdes tuvo incluso oportunidad de comprobar el provincianismo de nuestra clase pudiente: en cierto domicilio donde se encargaba de la limpieza, la señora le encargó un día que cocinara una gelatina y, convencida de que Lourdes sería incapaz de leer las instrucciones, quiso leérselas ella misma. Lourdes tuvo que decirle que era maestra y que sabía leer perfectamente.
“Creía que íbamos a caballo”
“Aquella señora creía – recuerda ahora- que todavía íbamos a caballo”. Y la señora aprovechó la nueva información para encargarle que se ocupara de ayudar a los niños a hacer los deberes, aunque la remuneración se mantuvo inamovible.
La mitad del dinero que ganaban Otto y Lourdes servía para mantener a la familia en Ecuador, escolarizar a sus hijos y empezar a construir una nueva casa. El resto servía para su manutención y para pagar la habitación en la que vivían realquilados. Pero puesto que el trabajo diario no alcanzaba, pronto empezaron a vender refrescos en la playa durante los fines de semana, y descubrieron que este negocio era el más fructífero de todos.
“El trabajo en la playa – recuerda Otto- era muy duro, porque tenías que cargar desde casa con las bebidas y el hielo. A veces la gente nos miraba extrañada en el autobús. Luego, con el tiempo, empezamos a organizarnos mejor y hacíamos el transporte en carritos del súper y con una bicicleta. Pero aquello era muy duro, muy cansado”.
En la playa descubrieron también que aquí las cosas van a otro ritmo, “quizás unos 20 años por delante de Ecuador”, dice Otto, al tiempo que Lourdes se pone las manos en la cabeza mientras explica escandalizada cómo a veces se encontraba con gente haciendo el amor “allí mismo”, o cómo después de la noche de Sant Joan había tantos condones en la arena que parecía que hubiera llovido confeti.
Otto y Lourdes conocieron a todos los ladrones que trabajan en estas playas y recuerdan que algunos les amenazaban con cortarles la garganta si se iban de la lengua y cómo un día uno de ellos tuvo su momento epifánico. El caso es que un holandés llegó a la playa con toda su familia y mientras disponía toallas, bolsas y comida encima de la arena, se acercó el ladrón para darles palique. Otto y Lourdes, que conocían sus habilidades, siguieron la escena atemorizados, pero en silencio, después de que el ladrón, al verlos, señalara la garganta y simulara la cuchilla de una navaja rajándola. El holandés quería darse un baño con la familia, pero parecía preocupado por la seguridad de sus pertenencias, así que el ladrón se ofreció a vigilarlas.
“Báñense tranquilos, que yo me ocupo de todo”, le dijo al holandés, quien, confiado, le entregó su billetera cargada de dinero. Entonces el ladrón cruzó la mirada con Otto y Lourdes y fue cuando se produjo el momento epifánico. “És la primera vez que alguien confía en mí – les dijo-. ¿Cómo podría robarles?”. “Se le partió el alma”, recuerda Lourdes. Así que cuando el holandés salió del agua, allí estaba esperándolo su amigo español, con la cartera todavía llena, las bolsas, las toallas y una enorme sonrisa. El holandés le dio 20 euros de propina y le invitó a comer en un restaurante de la Barceloneta.
Otto y Lourdes no saben cómo terminó aquella relación, ni falta que les hace. El microcrédito que les ha concedido la Fundació un Sol Món después de diseñar un plan de negocio servirá para abrir un locutorio-cibercafé en la ciudad donde les esperan sus hijos, la abuela y la casa recién construida. El cíber se llamará Olica, que son las iniciales de los esposos y los hijos. Deseaban volver con todas sus fuerzas. No podían vivir lejos de sus hijos. Tampoco los podían traer porque 14 horas de trabajo al día no te permiten cuidar de ellos. Se sienten con fuerzas y apoyos para empezar una nueva vida en su país y piensan que lo que aquí han aprendido les servirá para enfocar el negocio con ideas nuevas.
Con ellos viaja de regreso Irlanda Delgado, que también vuelve a casa para reencontrarse con la familia después de seis años en España. Los tres son los primeros ecuatorianos que regresan gracias al proyecto Rétale, e Irlanda, cuya familia tiene una granja, lo hace para poner en marcha un negocio de engorde y venta de terneros, después de un periplo migratorio que empezó en Génova, en casa de la señora Barbieri, cuyo hijo, Giovanni Andrea, de 18 años, todavía tomaba el biberón, una historia para el próximo capítulo.
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