El Tiempo (Colombia)
Sonia Perilla Santamaria
12 de febrero de 2014
En la región española el descubridor gestó su histórica travesía.
Monumento a Cristóbal Colón, en la plaza de las Monjas, en la ciudad de Huelva Capital. |
Con el viento frío y ruidoso que
lanza el mar contra el Monumento a la Fe Descubridora, donado por
Estados Unidos a España en 1929, no es raro que la conversación de un
grupo de turistas que se reúne en este punto de las afueras de Huelva,
capital de la provincia española que lleva su nombre, vire hacia uno de
los momentos más importantes de la historia: el descubrimiento de
América, en 1492.
Como en este sitio exacto no se encuentran vestigios de esa época,
hay que forzar la imaginación para hacerse una idea de cómo vivieron
Cristóbal Colón y sus tripulantes los meses previos a su hazaña. (Vea imágenes de Huelva).
Pero con solo trazar con su dedo una línea imaginaria sobre el
horizonte, Cayetano Toribio, un español desenfadado y amable nacido en
la vecina Moguer, logra que uno visualice a La Pinta, La Niña y La
Santamaría tras haber zarpado del puerto de Palos de la Frontera, para
emprender su expedición, más de cinco siglos atrás. Y eso es
emocionante.
La provincia de Huelva –de eso se enorgullecen sus cerca de 523 mil
habitantes– alberga los lugares colombinos, un conjunto cultural e
histórico de esta provincia del suroccidente español, que tuvieron un
papel clave en la preparación del primer viaje de Colón. Entre ellos
también están La Rábida, Palos de la Frontera, Moguer y Niebla.
“Colón no llegó a Huelva por casualidad –dice Cayetano–. Aquí vino
luego de recoger en la isla de Madeira a Alonso Sánchez, un marinero
náufrago de Huelva, quien le dijo que había encontrado una ruta más
corta hacia las Indias. Sánchez le entregó las cartas de navegación de
esa travesía, que el Descubridor usó a la postre para llegar a América.
Él estaba convencido de que había llegado a las Indias”.
Colón confesó este secreto, y sus planes, al fraile franciscano
Antonio de Marchena en el monasterio de La Rábida, que conserva la
sencilla celda en la que ocurrieron los históricos encuentros entre los
dos hombres.
Este monasterio franciscano, construido entre los siglos XIV y XV,
alberga valiosos objetos que evocan el Descubrimiento, y su iglesia de
estilo gótico mudéjar conserva una escultura de Nuestra Señora de los
Milagros (Colón llevó en su primer viaje una réplica de esta virgen).
Cayetano sabe que para muchos latinoamericanos el Descubrimiento es
un tema sensible y que no pocos consideran este evento como una
invasión, pero para Huelva y sus pobladores, los onubenses, fue un hecho
tan importante que redefinió el papel que ellos mismos se dan en la
historia.
Este es, precisamente, uno de los ganchos con los que atraen a turistas de todo el mundo, aunque no es el único.
La provincia de Huelva, que hace parte de la comunidad autónoma de
Andalucía, condensa una vasta riqueza cultural, natural y gastronómica
que ofrece nuevas posibilidades de explorar en España.
A bordo de las carabelas
Muy cerca del monasterio, también en La Rábida, se encuentra el
Muelle de las Carabelas, en el que están ancladas las réplicas de las
naves de Colón; incluso están hechas, como las del siglo XV, con maderas
de la región: roble, encino, castaño y alcornoque.
Las tres fueron fabricadas para celebrar los 500 años del Descubrimiento y se exhibieron en la Expo de Sevilla en 1992.
La sensación al abordar La Santamaría, es decir, la nave capitana
porque en ella viajó Colón, es que lanzarse a una travesía incierta, a
bordo de naves tan pequeñas, tuvo que haber sido una locura. Esta
carabela naufragó en ese primer viaje.
En cambio, regresaron La Pinta, considerada la carabela descubridora,
pues desde ella gritó “tierra” Juan Rodríguez Bermejo, y La Niña. Eran
más pequeñas, y solo a bordo entiende uno por qué se amotinaba la
tripulación de Colón. En el muelle puede visitarse, además, la réplica
de un pueblo medieval. Mientras lo recorremos, Cayetano hace una
precisión: “Es cierto que en muchos libros de historia se dice que la
expedición salió de Palos de Moguer. Ese es un error garrafal. Moguer y
Palos de la Frontera son dos pueblos distintos, nunca pertenecieron al
mismo señorío. Ha sido muy difícil corregir el dato”.
Platero y Juan Ramón
Los cerca de siete mil habitantes del Palos de la Frontera gozan del
privilegio de vivir en un municipio que se cuenta entre los más ricos de
España.
Tiene bastantes industrias en su jurisdicción, que le aportan grandes
tributos; además, en sus alrededores se cultiva el fresón, también
llamado “oro rojo”, un tipo de fresa grande, dulce y muy apetecida.
Desde su puerto zarpó Colón el 3 de agosto de 1492, y a él regresó el
15 de marzo de 1493. Ese mismo día se desplazó hasta la iglesia del
monasterio de Santa Clara, en Moguer, para cumplir el voto hecho por la
tripulación en el mar.
El encanto de Moguer, cuya iglesia mudéjar tiene de lejos un parecido
a la Giralda, el famoso campanario de la catedral de Santa María, de
Sevilla, aparece descrito en Platero y yo, la obra cumbre de uno de sus
hijos: Juan Ramón Jiménez.
Imperdonable pasar por aquí sin entrar a la Casa Museo Zenobia y Juan
Ramón, dedicada a la obra del autor moguereño y su esposa, Zenobia
Campubrí.
Un poco más hacia el norte, pegada a Portugal, está la ciudad de
Aracena, ubicada en la Sierra a la que le da su nombre. Este pueblo
blanco, como la mayoría de las poblaciones andaluzas, tiene dos
poderosos atractivos: la Gruta de las Maravillas y la cría, con
denominación de origen, del cerdo ibérico.
Amparo Durán, una de las guías de la Gruta, cuenta que este año se cumplen cien años de descubierta.
La longitud del recorrido interno de esta cavidad dura unos 45
minutos. Sus tres galerías superpuestas han sido esculpidas, durante
millones de años, por el discurrir del agua sobre las rocas calizas del
cerro del Castillo.
Hay formaciones y acumulaciones de agua (cenotes) muy bellas: estalactitas, estalagmitas, coladas, cortinas.
“Puedo presumir de oficina”, dice Amparo, quien explica que por
motivos de conservación no se permite la entrada de más de mil
visitantes por día. Salimos de la Gruta y partimos hacia
Corteconcepción, un pueblo pequeño que alberga a la empresa familiar de
jamones y embutidos de bellota Eíriz.
Domingo Eíriz nos introduce a la vida de las dehesas, el hábitat en
el que se crían los cerdos y que está formado por los bosques
mediterráneos de alcornoques, encinas y quejigos; ellos proveen las
bellotas, que son el alimento exclusivo de estos animales, al aire
libre, tres meses antes de su sacrificio.
“Este tipo de comida es la que le da el sabor característico a la
carne, que se come cruda y curada”, dice Domingo, que remata la visita
con un banquete de jamones preparados en su casa y curados
artesanalmente y cortados por él mismo.
Con él, con un vino de Huelva en la mano, ponemos punto final a esta
visita y a este proceso de cría y fábrica de al menos cuatro años.
Se necesita visa Schengen para viajar a España.
La aerolínea Avianca tiene dos frecuencias diarias a Madrid, y los
días miércoles, jueves, viernes y sábado las frecuencias se elevan a
tres.
El interior de la Gruta de las Maravillas tiene 98 por ciento de
humedad y la entrada cuesta 8,50 euros (unos 24.000 pesos); los menores
de 6 años y los mayores de 65 no pagan.
Recuerde que buena parte de los atractivos de Huelva están al aire libre.
Más información en www.turismohuelva.org, Patronato Provincial de Turismo de Huelva.
*Viaje por invitación de la Oficina Española de Turismo en Miami, Patronato de Turismo de Huelva, y Avianca.
SONIA PERILLA SANTAMARÍA*
ENVIADA ESPECIAL
Deixeu un comentari