Especial Bicentenario
El Mercurio (Chile)
Víctor Hugo Moreno
Claramente casi nadie pueda recordar de primera fuente cómo se vivió la celebración de los 100 años de la patria en 1910, sin embargo, los archivos de prensa siguen vivos para hacernos una idea de lo que ocurrió aquella vez. Los invito a pensar lo siguiente: ¿se imagina hubiera muerto este año el Presidente Piñera y en semanas su sucesor, probablemente Hinzpeter? Cuesta dimensionar lo que verdaderamente significó el fallecimiento del Presidente Pedro Montt en agosto y luego, tras agarrarse una pulmonía en sus funerales, el Vicepresidente Elías Fernández Albano. Incluso, por algunos días, circuló el rumor de cancelar todo tipo de celebraciones, pero el Gobierno, esa vez bajo el mando de Emiliano Figueroa, no dudó en continuar adelante con un trabajo que se venía haciendo hace años, para dejar un legado al país con grandes obras que se inaugurarían para esa fecha. El Museo de Bellas Artes, la Estación Mapocho, el agua potable para Santiago, entre otras, fueron pensadas con mucho tiempo de antelación. Ya en 1900, por ejemplo, se empezaron a coordinar los trabajos que serían expuestos en la inauguración del Bellas Artes y desde Francia se traían las ideas para el diseño de las obras. También, se trabajó en mejorar las condiciones de salubridad de la capital, que se repletaba de conventillos, y que tenían como meta el alcantarillado para la ciudad. Independiente del clima político aún dañado por la guerra civil de 1891 y que presentaba una fuerte tensión entre el Congreso y el Ejecutivo, se pensó en grande para el Centenario, con anticipación y decisión. Así también, y pese el embrollo de las muertes presidenciales, prontamente -y antes del 18- se designó al futuro candidato a la presidencia, por la Convención Liberal que dominaba el escenario, siendo electo Ramón Barros Luco. Se puede decir que era solo una elite la que elegía y también votaba, pero era el sistema imperante en aquella época. Pese a todas esas adversidades las fiestas fueron notables. El sentido cívico y republicano tiñó las calles del país con eventos masivos y participativos: Coros de estudiantes, columnas de niños desfilando por la Alameda con antorchas, y –lo más digno de destacar- el recibimiento apoteósico que tuvo el Presidente de Argentina (único mandatario extranjero que nos visitó), José Figueroa Alcorta, con una masa de gente esperándolo en la Estación Central y acompañándolo en su trayecto por las avenidas céntricas, brindaron un hermoso y emotivo escenario a esta significativa efeméride. La fiesta se vivió en las calles con, además, gran sentido histórico reflejado en la prensa de la época, que apuntó a una reflexión profunda de nuestros 100 años de vida. Poco se hablaba de asados o dietas para adelgazar: el foco era nuestra existencia como República Independiente, aunque muchos digan que eso no ocurrió ese 18 de septiembre de 1810. Para el Bicentenario se notó algo de improvisación y desorden. La comisión encargada, ya por el Presidente Ricardo Lagos, no logró plasmar en hechos concretos obras que quedarán para la posteridad como reflejo de lo que significa cumplir 200 años de vida. El Museo Gabriela Mistral es un avance para la cultura, pero se hizo por una coyuntura específica, el Estadio Nacional en el momento de su reinauguración ya se dijo que se iba a hacer de nuevo. Claramente el terremoto alteró el ánimo de celebración, pero las obras que se debiesen haber realizado, sea cuales fueran, no se podían levantar en 6 meses. En el ambiente, sin embargo, y dado las buenas noticias de los mineros, hay un ánimo de festividad, quizás con poco sentido histórico y escaso espíritu republicano, pero sí con el sentido que significa ser chileno en el 2010.
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