Carlos Monsiváis, cronista de la vida cotidiana, del arte y la cultura popular de los mexicanos, falleció el viernes. La noticia abrió una herida profunda entre sus lectores, amigos y entusiastas seguidores. El cuerpo del cronista de los últimos años en México y uno de los intelectuales más críticos y populares fue recibido, entres lluvias de aplausos, por una multitud en el Museo de la Ciudad de México, donde fue velado. Como homenaje a “Monsi”, publicamos hoy el epílogo de su último libro donde habla del bicentenario del fin de la humanidad.
*Carlos Monsiváis
Epílogo El Comité Organizador de los Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad antigua ya anunció el magno espectáculo de luz y sonido en memoria de incontables milenios y del triste final del género humano. Hace todavía cien años, comentó el organizador, no habría sido posible esta apoteosis de la obligación de recordar, no sólo por el olvido de los idiomas, tan lentamente recuperados por los especialistas, sino porque las condiciones atmosféricas no lo hubiesen tolerado. El programa de Festejos Lúgubres empezará con un homenaje rencoroso al Calentamiento Global que eliminó hace doscientos años la vida en el planeta. Debemos aceptar las grandes diferencias con nuestros semiancestros, y es justo reconocer que somos descendientes del Calentamiento Global. Se insiste en lo que todos los integrantes de la Poshumanidad conocemos: el CG (para ya no repetir lo del Calentamiento Global) afectó la geología de la Tierra, convocó los desastres naturales, los terremotos, las avalanchas de nieve, las erupciones volcánicas de gran intensidad, los tsunamis que ahogaban a las propias olas. Extraigan los recuerdos de su ADN, se nos dice, los días de la intolerable temperatura en la atmósfera, los recuentos patéticos de las sumas del horror: los millones de toneladas de dióxido de carbono emitidas por vehículos, fábricas, centrales energéticas y aviones. Allí están las imágenes remasterizadas (el sistema visual de cada persona está remasterizado), las secuencias que aún estremecen de las convulsiones atmosféricas, las revoluciones oceánicas, las metamorfosis de la geología y la geomorfología. Sin necesidad de los paleolíticos efectos especiales se aprecia cómo, gracias al deshielo de glaciares, se abren paso, ya sin obstáculos, las lluvias torrenciales. Y que nos lo digan: al derretirse la capa de hielo de la Antártida, el nivel del mar aumentó 61 metros, no desde luego medidos, sino calculados; la cifra que aterró en aquella época sepulta e insepulta, entonces al tanto de los seis metros suficientes para inundar Londres o Nueva York. Y no dejen de mencionar el hidrato de metano, acumulado en las capas milenarias de hielo que, al descongelarse, probaron su potencia, veinticinco veces más poderosa que el dióxido de carbono. Como es previsible, el Festival Luctuoso del Bicentenario no consistirá básicamente en enumerar profecías ya cumplidas ni en censurar errores de cálculo del capitalismo salvaje, ni resucitará temas que enconen a los fantasmas del pasado. La idea es, tómese como se tome, aceptar los grandes cambios y ensalzar a la Poshumanidad. ¿Qué se gana con tener presente a esas razas de apariencia espantosa como precisan las fotos rescatadas? ¿Qué sentido tendría una mera evocación llorosa? Más bien, el Comité reparte invitaciones para su primera actividad: un desfile de carros alegóricos submarinos con escenas arcaicas de frotamiento incomprensible de los cuerpos. Eso es sólo el principio. Entre los documentos que han llegado a manos del Comité Organizador de los Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad, se hallan las siguientes recomendaciones del empresariado internacional (2020): 1. Si el Apocalipsis o, como le dicen ahora, el Calentamiento Global, va amon ser negocio, no tenemos inconveniente en su llegada. Lo que no se puede aceptar es un acabose no rentable, algo que por sí mismo desalienta las esperanzas de las inversiones a plazo fijo y el manejo bursátil de la confianza en el posfuturo. 2. Si se anuncia la gran catástrofe, no vendas todas tus propiedades, por devaluadas que estén. Resérvate tu casa, la comida real y virtual y un caudal de DVD por si el Juicio Final se prolonga al ser tantos los enjuiciados y tan escasos los abogados defensores, porque los del gremio no quieren participar por si luego no hay a quién cobrarle. 3. Búrlate de los que te aconsejen invertir en recursos energéticos. En una agonía planetaria, el petróleo y sus derivados no calman físicamente el hambre y la sed; es preferible almacenar el agua en cajas fuertes o vivir en macropeceras. 4. No te vuelvas un oportunista deleznable y no te conviertas rapidito a cualquier credo, o no asegures que eres el mejor creyente de tu manzana. Se ve mal. Mejor, con serenidad, acepta que siempre has creído en los valores y que ésos están asegurados en las reservas del Banco de México. 5. No caigas en el pánico, porque eso te crea incertidumbre, el estado de ánimo menos propicio para decidir cuáles inversiones son todavía provechosas. 6. Agradece a las autoridades federales si te disminuyen lo que debes pagar en agua y luz en caso de que la humanidad desaparezca. Pero no lo hagas en público, para que no se envanezcan. Más bien, lo que te toca decir es: “Ya que se va acabar su régimen fiscal, salen con esto. Agua no necesitamos porque ya viene el diluvio universal, y luz habrá en demasía cuando estalle el firmamento por falta de pago de la tenencia de los cielos”. 7. Cuando estés solo con tu familia, no les salgas con la cantaleta de la unidad ante la adversidad. Mejor diles que ya que queda muy poco tiempo, hay que decir todo lo que se ha ocultado hasta el momento. Cuando tu mujer salga con que tuvo una aventura romántica durante 10 años, abrázala y perdónala. Luego le dices que tú les has sido fiel, pero sólo en lo que toca a su género. Y a tus hijos les informas que siempre has sabido que no eran tuyos y que por eso no les dejas nada en tu testamento, que de cualquier modo no les serviría a la hora en que se abra la tierra sin necesidad del apoyo solidario de los terremotos. 8. No se te ocurra liquidar tus deudas. Limítate a decir: “El de atrás paga”. Y a ver quién se hace cargo de tu cartera vencida en las prisiones de la eternidad. Texto tomado de Apocalipstick, el último libro de Carlos Monsiváis. Lo reproducimos con autorización de la editorial Random House Mondadori.
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