Especial Bicentenario
Revista Metapolítica. México
En los años más recientes, 2010 se ha vuelto una estación temporal paradigmática en la política mexicana, pero también para la sociedad y la cultura de nuestro país. Para algunos sectores de la opinión pública, 2010 puede representar un año axial en la medida de sugerir la fuerte línea histórica de continuidad que nuestro país manifiesta: en 1810 fue la Independencia; en 1910 fue la Revolución; en 2010, puede ser un punto de quiebra igualmente radical… Para otros, a pesar de la compleja y crítica situación actual de nuestro país, 2010 es un año axial en otro sentido: recuperar la herencia que le dio vida a México como nación independiente para proyectar, en medio de la desgracia social y económica, un porvenir distinto. Tanto una como otra concepción no dejan de señalar, en mayor o menor medida -dependiendo la adscripción a una u otra orilla de ese océano de pasiones y desgracias-, un elemento de base que permea todo el horizonte nacional: nuestro país ha perdido las principales directrices de convivencia y coexistencia que edificó históricamente entre los distintos grupos sociales, entre los ciudadanos y en sus confrontaciones con el Estado y las instituciones públicas. Por consiguiente, 2010 debería ser pensado como un momento irrepetible de relectura y reescritura de nuestro pasado, si se logra tejer una narrativa histórica que señale claramente los fracasos, contradicciones y mitologías que en 200 años se han construido alrededor de las ideas de patria, Estado y nación. En particular, porque tanto 1810 como 1910, y ahora 2010, corroboran un hecho incuestionable desde el punto de vista de la nueva historiográfica mexicana que a partir de este año nacerá: es imposible en la actualidad enmarcar la definición de la nación y de sus problemas en una simple enumeración de criterios de unidad. Es decir, 2010 podría aproximarnos de una vez por todas a la confirmación del lugar histórico que México ocuparía a partir de 1810, pero también a comprender el lugar donde hoy estamos parados, qué hemos perdido y qué hemos ganado, para poder hablar como nación desde un nuevo lugar que se volverá común en la medida en que podamos reconocer las profundas diferencias que llevamos a cuestas, así como saber si todavía es vigente seguir hablando de un “nosotros” auténticamente mexicano. Por tal motivo, Metapolítica ofrece en esta entrega una serie de artículos que van dirigidos precisamente a discutir —hoy en 2010— las herencias y la memoria histórica de México, con particular atención a 1810 y 1910. De este modo, Juan Ortiz Escamilla abre la sección abordando la disyuntiva de festejar o conmemorar la Independencia que oficialmente inicia en 1810. Para el autor, ambas cosas son necesarias. Sin embargo, nos advierte: “Lo que sí debemos tener presente es que este tipo de situaciones emergen ante la desesperanza de los habitantes de resolver por la vía jurídica y/o pacífica conflictos que por cuestiones políticas y económicas comprometen y arrastran a todos por igual”. Por su parte, Erika Pani ensaya una aproximación, sugerente y original, acerca de algunos de los problemas centrales que produjo la Independencia de México respecto a las maneras bajo las cuales se pensaba y vivía la legitimidad y la organización del poder político, a partir de confrontar el caso de la Nueva España frente al proceso paradigmático de independencia de las 13 colonias británicas en Norteamérica. Después, Gabriel Torres Puga pone particular énfasis en la formación nacional de la opinión pública, como detonante de la lucha por la Independencia. En este sentido, sugiere que los libelos y los papeles manuscritos fueron los lugares naturales donde inició la producción de una opinión pública, relacionados inextricablemente a la oralidad y no a la palabra escrita, y donde puede observarse hoy la crisis de la autoridad del antiguo régimen. Sobre 1910 y la Revolución, Pedro Salmerón nos ofrece una radiografía de los modos particulares de formación de los ejércitos (“ciudadanos armados”) y de la posición privilegiada que ocuparían en el conflicto, a partir de la centralidad de sus liderazgos. Para terminar, Felipe Arturo Ávila Espinosa, nos propone desmitificar por lo menos 10 lugares recurrentes acerca del zapatismo. En particular, dice el autor, porque “El zapatismo es, sin duda, uno de los movimientos sociales y políticos fundamentales para entender no sólo la Revolución mexicana sino también la historia política del México posrevolucionario, particularmente la cuestión agraria y las relaciones del Estado corporativo surgido de la Revolución con el movimiento campesino”. Estas cinco miradas dan al dossier, coordinado por Ariel Rodríguez Kuri (El Colegio de México), una interesante perspectiva de reflexión que Metapolítica comparte con sus lectores en este inicio de conmemoraciones y ajustes históricos, centenarios y bicentenarios.
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