Noemí Peltier y Karen Schwarz fueron a las islas Bahamas a buscar un sueño: ser la nueva Miss Universo. La primera representa a Bolivia; la otra, a Perú. Estaban solo preocupadas por dorarse al sol y por los masajes láser en su cuerpo, la rutina del gimnasio, el riguroso blanqueo dental, los tratamientos de piel, el protocolo y la oratoria. Hasta que ocurrió algo insólito y quedaron envueltas en un conflicto diplomático entre dos países con un mismo origen andino.
Los gobiernos de Evo Morales y Alan García acababan de sellar la paz en un litigio de trasfondo ideológico que había llegado a su pico de tensión semanas atrás, con la revuelta de los indígenas de la Amazonía peruana. Pero la calma duró poco. La decisión de la miss peruana de desfilar en el certamen con un traje típico que recuerda la diablada, una danza del altiplano, fue calificada de «despropósito» ofensivo por las autoridades de Bolivia.
Apropiación indebida
El ministro de Cultura boliviano, Pablo Groux, anunció que su país impugnará a Schwarz ante los organizadores de Miss Universo por «apropiación indebida del patrimonio» boliviano al usar una indumentaria «que no corresponde estrictamente a Perú». A lo que el ministro de Exteriores peruano, José Antonio García Belaúnde, respondió: «la cultura del altiplano es una sola». Y, detrás suyo, vino el Instituto Nacional de Cultura Peruana (INC) a señalar que la danza es compartida por Perú, Bolivia y Chile.
Los bailes de la diablada deslumbran por su colorido cinético. Los danzarines se esconden detrás de máscaras adornadas con víboras, lagartos y sapos. Son, de acuerdo con la tradición, mortales que ocultan su vergüenza y sus pecados en tiempos que anteceden a la Cuaresma y que permiten todo tipo de licencias. Para los bolivianos, la diablada en estado de máxima pureza solo tiene lugar en el carnaval de Oruro. Los peruanos, en cambio, sienten que es parte fundamental de la fiesta de la Candelaria, en Puno, a orillas del lago Titicaca que comparten con su vecino boliviano. Y por eso, en el 2003, la declararon Patrimonio Cultural de la Nación.
El origen de la diablada no es muy claro. Para algunos especialistas, se trata de una adaptación folklórica de las farsas catalanas que se originaron en 1150 y en las que un grupo de diablos liderado por Lucifer peleaba contra el arcángel Miguel. Esa tradición habría llegado a lo que hoy es Bolivia con el cura Ladislao Montealegre. Pero no faltan quienes sostienen que la diablada es una forma de simulacro que permitió a los pueblos indígenas seguir adorando a sus deidades andinas bajo la excusa de un drama cristiano.
Hubo un tiempo, entre 1836 y 1839, que Perú y Bolivia formaron un solo Estado, la Confederación Peruano Boliviana. Pese a su brevedad, el experimento da cuenta de los profundos lazos históricos, políticos y culturales que unen a los dos países. Antes de pelearse por el traje de una miss, Lima y La Paz lo hicieron por el charango, un instrumento parecido a la bandurria y cuya caja se construye con el caparazón del armadillo.
Los bolivianos aseguran que el charango nació en el siglo XVI en la ciudad de Potosí. Por eso, el Gobierno de Morales lo consideró patrimonio cultural. El Instituto Nacional de Cultura de Perú hizo inmediatamente lo mismo, remarcando el linaje «panandino» del instrumento. Charanguistas de uno y otro país se declararon en guerra retórica. La Sociedad Boliviana del Charango reclamó a Morales una ley sobre el instrumento, emisión de estampillas, nominación de calles y un festival premiado con un charango de oro.
Nada de esto interesa a las reinas de la belleza. «Lo único que quiero es ganar», dijo Schwarz, consultada sobre la controversia. «Llegó el momento que tanto esperé», dijo a su vez Peltier. Lo que las une es el deseo de llegar a la final del 23 de agosto, con o sin traje típico.
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