El premio Herralde para Alonso Cueto
El escritor peruano obtuvo el Premio de la Editorial Anagrama, uno de los más prestigiosos en Iberoamérica. Su nueva novela de tinte detectivesco se basa en una historia real: El episodio de un militar a cargo de un cuartel en Ayacucho que convivió con una prisionera.
El teléfono no ha dejado de sonar en casa de Alonso Cueto. Llaman de España todos los periódicos conocidos, sin contar las agencias de noticias. El resto son infinitos saludos de amigos, alumnos y todos los que han oído la gran noticia: que el buen Alonso ha obtenido el prestigioso Premio Herralde, convocado por la editorial Anagrama, por su novela “La hora azul”. El premio, dotado de 18 mil euros, le fue entregado en Barcelona a su agente literaria, pues, como sabemos, Cueto es un escritor que ha optado por hacer su carrera literaria sin tener que abandonar su país. Una decisión extraña cuando la mayoría de escritores latinoamericanos que buscan el éxito ha marchado como tropa al exilio en España. “He decidido vivir aquí porque al margen de una serie de decisiones personales y familiares, creo que el Perú es un gran surtidor de historias. De una u otra manera, las historias son siempre consecuencia de los traumas en la vida de una comunidad. Los escritores se alimentan de ese detritus social, tenemos esa condición de buitres a la que se refería Vargas Llosa”, explica el escritor, a pocas horas de haber recibido la feliz noticia del premio.
Con “La hora azul”, retomas el tema de la violencia senderista. ¿Es tu proyecto personal llevar a la literatura la década de la guerra interna?
Pienso que ningún escritor está comprometido a narrar sobre su realidad. Un escritor tiene que hablar de aquello que lo conmueve. A mí siempre me ha conmovido Ayacucho, ciudad que quiero mucho, a la que fui mucho de joven y a la que he vuelto con mucha frecuencia.
¿”La hora azul” se enlaza con tu novela anterior “Grandes miradas”?
En el 2002, cuando preparaba “Muerte en el pentagonito”, Ricardo Uceda me contó una serie de historias que había recogido para su libro. Una de ellas era la de un alto jefe militar en Ayacucho que durante la guerra de Sendero se enamoró de una prisionera, con la que mantuvo una especie de vida conyugal, hasta que un día ella escapó del cuartel. Esa historia se mantuvo muy fresca en mi memoria, y decidí armar una novela con eso. En la historia, un abogado limeño muy próspero se entera de que su padre, muerto años antes, era un oficial del Ejército que mandaba torturar y ejecutar a prisioneros en Ayacucho. Cuando se entera del romance de su padre con esta mujer, se propone buscarla por todos los medios. La primera parte de la novela narra cómo él va de un lugar a otro para encontrarla. La novela es una crónica de su ingreso en el reino de la maldad. Es como un cuento de hadas al revés, en el que el mundo encantado que se le ofrece es un mundo de torturadores, prisioneros y víctimas.
Esta novela, además de una documentación rigurosa, tiene la intriga de una historias de detectives…
Trata sobre la búsqueda de las pistas que nos llevan a esta misteriosa mujer. Es una historia de detectives, pues este abogado va entrevistando gente para hallar sus rastros. Es la historia de una pesquisa.
¿Ese intento por encontrar a esta mujer también tiene que ver con una más personal búsqueda del padre? ¿Es la búsqueda de sí mismo a partir de la terrible verdad paterna?
Exactamente. En el fondo, el protagonista al buscar a la mujer está buscando a su padre, una zona olvidada de sí mismo. Una de las ideas de la historia es que, detrás de cada individuo, de las familias y las sociedades, hay zonas escondidas, situaciones reprimidas. Es un mecanismo natural para avanzar sin que el pasado nos detenga. Pero hay momentos en que estas zonas oscuras reaparecen y nos confrontan. Me interesa en la novela encontrar esos instantes en que el mal reaparece en nuestra vida y nos hace confrontarlo. El arte es uno de los pocos medios que disponemos para mirar de frente el dolor y todo aquello que supone.
El título provisional de tu libro era “A la espera del momento”. ¿Crees que, en tu carrera literaria, ha llegado el momento del reconocimiento?
Creo que un escritor siempre debe mantener una zona de intimidad totalmente ajena a los reconocimientos y los premios. Solamente allí uno puede escribir.
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