Los inmigrantes dejarán de serlo. La catalana es una sociedad tan abierta que a menudo deja al individuo a la intemperie. Quizás de otros países envidiamos su mayor organización, pero lo cierto es que aquí hemos aprendido a improvisar en un marco muy abierto de intercambios sociales informales. Y estos estilos de vida poco rígidos permitirán una permeabilidad comunicativa con la población recién llegada –es decir, una capacidad para el intercambio personal– mucho mayor que en otras latitudes. (…) no hay que olvidar que nosotros también hemos vivido un proceso de cambio cultural acelerado, de manera que los nuevos inmigrantes son, con poco que queramos hacer memoria, una especie de espejo de nosotros mismos hace sólo treinta o cuarenta años. ¿No será, en muchos casos, que la reacción asustada ante los nuevos vecinos tiene mucho que ver con unas diferencias que nos recuerdan parecidos ya superados de indumentaria, pietismo, desigualdades de género, autoritarismo familiar, etcétera?. (…) ¿Cómo van a pelearse “moros y cristianos” a causa de una diferencia culturalmente desconocida? Digámoslo claro: en Catalunya, la resistencia a la construcción de mezquitas con lo que tiene que ver es con la cultura de la especulación inmobiliaria y no con la religión. (…) Aquí, un inmigrante balbucea un par de frases en catalán, y se le borran los antecedentes de origen. Exagero, es cierto. Pero la cosa va en esa línea. El idioma, suele decir Anna Cabré, es el camino de incorporación más fácil, más rápido y más “económico” de los conocidos. (…) Existe un modelo catalán de incorporación a la comunidad cívico-política amparado en una simple razón: en su mayor parte, éste es un país de inmigrantes que han aprendido a dejar de serlo…
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